La sostenibilidad es una característica de la actividad humana que evalúa la capacidad que tal actividad tiene para ser desarrollada permanentemente, durante generaciones, y consumiendo aquéllos recursos naturales imprescindibles en las menores cantidades posibles, de modo que el desarrollo actual de dicha actividad no comprometa la posibilidad de que las próximas generaciones puedan seguir desarrollándola. Este concepto tiene una gran amplitud ya que la acción de consumir hay que entenderla como cualquier disminución
o perjuicio de los recursos disponibles, entroncando de este modo y de forma directa, con la protección del medio ambiente.
Obviamente cualquier actividad con pretensiones de desarrollarse debe aunar, a la satisfacción de una necesidad requerida por la sociedad, unas condiciones que merezcan una valoración positiva de su desarrollo, tanto desde el punto de vista económico (dicha actividad debe ser económicamente viable) como social (dicha actividad debe desarrollarse en unas condiciones de trabajo saludables para las personas que la ejercen).
Por lo tanto, la sostenibilidad es una expresión de responsabilidad social que tiene que ver con el ahorro de los recursos naturales no renovables, con el respeto al medio ambiente y que se aplica en el tiempo. Forman parte de ella:
aspectos de ahorro (energético, de recursos naturales, etc.)
aspectos medioambientales (control de emisión de gases de efecto invernadero, valorización de residuos, etc.)
aspectos sociales (generación de empleo, seguridad y salud en el trabajo, etc.)
aspectos económicos (productividad, eficiencia en la accesibilidad al producto, etc.).
La sostenibilidad es un parámetro relativo que se emplea siempre para comparar. No existen actividades sostenibles, como valor absoluto. Existen actividades más o menos sostenibles en comparación con otras.
Cuando se cuantifica la sostenibilidad de dos actividades
o dos productos diferentes, se pretende compararlos entre sí y, por tanto, dicha cuantificación debe realizarse con un procedimiento homogéneo que partirá de que ambas actividades
o productos cubren la misma necesidad con idénticos requisitos. Dicha cuantificación se hace globalmente, con ánimo de integrar en ella la totalidad de los aspectos a considerar. Ello lleva a realizarla en un periodo largo de tiempo durante el cual se producirán todas las circunstancias previsibles y se manifestarán todos los aspectos valorables. Este periodo se identifica con el ciclo de vida del producto que el desarrollo de la actividad en cuestión crea para satisfacer la necesidad demandada.
Dicho producto final tiene, a lo lardo de su vida útil, un balance de consumos (gastos menos ahorros) y de impacto ambiental (deterioros menos correcciones) necesarios para la producción de las materias primas, para la elaboración del producto como tal, para la utilización de dicho producto final por parte de los usuarios a lo largo de a vida útil de aquél, para reducir a residuos, y deshacerse de los mismos, el citado producto final ya obsoleto e inservible.
La suma de todos los consumos e impactos dividida por el tiempo de vida útil en que el producto final considerado ha
servido a la sociedad (a los usuarios del mismo) es un valor del análisis del ciclo de vida en el que se establezcan los
que forma parte del índice que cuantifica la sostenibilidad del producto final evaluado. Cuanto menor es este valor mayor es la sostenibilidad de la actividad o del producto evaluado.
Tras aplicar el mismo procedimiento de evaluación desde cada uno de los aspectos considerados en la sostenibilidad (aspectos sociales, económicos, medioambientales y energéticos) y utilizando los coeficientes de ponderación necesarios que permitan, como si de unidades homogéneas se tratara, operar con los diferentes índices parciales de sostenibilidad, se obtiene un valor total, o agregado, que es el índice de sostenibilidad o índice que cuantifica la sostenibilidad del producto final evaluado.
Por tanto, para medir la sostenibilidad es necesario acordar, previamente, un modelo de cuantificación y tratamiento criterios de valoración y ponderación a aplicar.
Cuando el producto final a considerar es una construcción de hormigón cabe plantear el siguiente balance de consumos e impacto ambiental.
-A corto plazo, durante:
• la obtención de materias primas
• la producción del hormigón
• la ejecución de la construcción
• -A largo plazo, durante:
• la vida de servicio, es decir el balance de consumos del usuario durante la utilización de la construcción
• la evaluación y el mantenimiento de dicha construcción
• la deconstrucción o demolición de la construcción, después de su vida útil, ya obsoleta e inservible
• el reciclado de los residuos propios de la demolición que, de este modo, se aprovechan
En general, al cuantificar la sostenibilidad de las construcciones, el balance de consumos e impacto ambiental a corto plazo, tal y como se ha descrito anteriormente, es muy inferior al mismo balance realizado a largo plazo en los capítulos indicados. En consecuencia el resultado de dicha cuantificación es que el hormigón es un material muy adecuado para una construcción más sostenible porque:
• El hormigón proporciona inercia térmica y reduce la demanda energética de la construcción y, por tanto, el consumo de energía que realizará el usuario durante toda la vida útil de la construcción.
• El hormigón proporciona a la construcción una vida útil muy elevada.
• El hormigón proporciona una elevada resistencia última al fuego, aumentando la seguridad de las personas y de los patrimonios y evitando daños colaterales de gran relevancia social.
• El hormigón ofrece un aislamiento acústico suficiente para asegurar el confort del usuario, ahorrando el consumo de otros materiales.
• El hormigón reduce los gastos de conservación y mantenimiento, durante la vida útil de la construcción, a valores irrelevantes.
• El hormigón, al final de su vida útil, es reciclable, pudiendo formar parte, como material granular reciclado, de nuevas construcciones.
El decidido compromiso con el medio ambiente y la innovación que la industria fabricante del cemento lleva a cabo para aumentar la sostenibilidad del mismo, reduce notablemente el balance de consumos e impacto ambiental a corto plazo, durante la obtención de las materias primas para la fabricación del hormigón, aumentando la sostenibilidad de la construcción que emplea este material.
El cumplimiento del protocolo de Kyoto; la valorización de residuos, tanto en el caso de utilizarlos como componentes (adiciones) como en el caso de emplearlos como combustibles alternativos; el control de incineración de residuos, especialmente de los compuestos orgánicos persistentes; la aplicación de las mejores técnicas disponibles de producción; la implantación de sistemas de gestión medioambiental certificados y la prevención y minimización de riesgos laborales que se realiza, todo ello, durante el proceso de producción del cemento, aumenta la sostenibilidad de la construcción de hormigón.
La valorización de residuos, tanto industriales como urbanos, completa la gestión de los mismos, evita los vertederos y las emisiones de gases por fermentación que en ellos se producen, evita procesos de incineración de residuos a temperatura insuficiente para la destrucción de los compuestos orgánicos y, en definitiva, forma parte de cualquier política medioambiental integral responsable.
La reducción de consumos e impacto ambiental a corto plazo es, cuantitativamente, menos importante, en el caso de la construcción de hormigón, que la reducción que se produce, en los mismos conceptos, a largo plazo durante la vida útil de lo construido y, por tanto, la sostenibilidad de dicha construcción está más influida por el comportamiento de la propia construcción ya en servicio que por la obtención de materias primas y el proceso constructivo. No obstante, el empeño en mejorar la sostenibilidad en el periodo inicial de la actividad (corto plazo) mejorando los procesos de obtención de materias primas y el proceso constructivo, es una forma positiva de contribuir a alcanzar una mayor sostenibilidad y, en este sentido, es un ejercicio de responsabilidad social.
En definitiva, una construcción de hormigón será más sostenible cuando en ella:
-todo el proceso, tanto la obtención de materias primas como el propio proceso constructivo, se desarrolle bajo un sistema de gestión medioambiental, certificado voluntariamente
• se utilicen cementos con adiciones
• se utilicen cementos producidos bajo directrices que emanan de marcos juridico-administrativos fundamentados en el cumplimiento del protocolo de Kyoto
• se utilicen cementos obtenidos por procesos que incorporen materias primas que produzcan menos emisiones de CO2
• se utilicen cementos obtenidos por procesos que incorporen materias primas que necesiten menos temperatura de cocción
• se utilicen cementos obtenidos consumiendo menos energía proporcionada por combustibles primarios (fósiles), empleando combustibles alternativos no fósiles
• se utilicen cementos obtenidos por procesos que consumen, valorizándolos, residuos industriales o de cualquier otro tipo, disminuyendo los volúmenes de vertedero
• se utilicen, para la fabricación del hormigón, áridos procedentes de procesos de reciclado
• se recuperen zonas de cantera, después de realizar en ellas las correspondientes actividades de tipo extractivo
• se utilice, para la fabricación del hormigón, agua reciclada
• se optimice la calidad del hormigón y se reduzca la cuantía de las armaduras
• se reduzca el consumo de materiales de modo compatible con el cumplimento de las exigencias de durabilidad
-se emplee hormigón de calidad tal que permita alargar la vida útil de las construcciones
• la reglamentación de seguridad y salud en el trabajo regule todas y cada una de las actividades desarrolladas durante todos los procesos y se impulse la erradicación de accidentes
• la innovación de los procedimientos aumente la productividad, la competitividad y la eficiencia en el acceso del usuario a las construcciones.