Embarcada en proyectos faraónicos como la recién terminada presa de las Tres Gargantas o el trasvase del río Yangtsé, China inaugura mañana el primer tren al Tíbet, el más alto del mundo, motivo por el cual ha sido apodado con acierto por la propaganda oficial el Camino al Cielo. La nueva línea ferroviaria, de más de 1.000 kilómetros y que atraviesa un auténtico paraíso de montañas heladas y reservas casi inexploradas por el hombre, ha provocado un caudal de orgullo nacional y patriotismo, mientras que en el Tíbet se interpreta como un paso más en la colonización de este pequeño país ocupado por China desde 1951. Los ecologistas temen además que tanto progreso ponga en peligro el frágil equilibrio del Himalaya.
La línea Qinghai-Tíbet, cuya primera fase se comenzó a construir en secreto en los 50, es un camino celestial (Tianlu en mandarín) que permite viajar desde Pekín a Lhasa, capital del Tíbet, en un espectacular viaje que cruza China de noreste a suroeste, y que, curiosamente, es más corto en la ida cuesta arriba (47 horas y 28 minutos) que en la vuelta cuesta abajo (48 horas). Cientos de periodistas han sido invitados a viajar en el primero de estos trenes, que sale a las 5.00 (hora peninsular española) de este sábado, tras una ceremonia en la que han participado el presidente Hu Jintao, el viceprimer ministro Zeng Peiyan y el ministro de Ferrocarriles Liu Zhijun. Esta maravilla de la ingeniería comparte el halo de espectacularidad y de victoria sobre la naturaleza -o expolio- de las grandes obras públicas.
Mascarillas bajo los asientos
En su punto más alto, alcanza los 5.072 metros, 227 más que el Mont Blanc francés y 255 más que el tren andino de Perú, hasta ahora el más alto. Casi tan alta está una de sus estaciones, la de Tanggula (5.068 metros), que es igualmente la más alejada del nivel del mar del planeta, y lo mismo se puede decir de uno de sus túneles, a 4.264 metros de altitud. Las grandes alturas que alcanza este caballo de hierro hicieron que circulara el rumor de que sus vagones estarían presurizados como los aviones, idea que fue descartada por los directores de los trabajos porque cerrar herméticamente el tren tras cada parada llevaría demasiado tiempo. En su lugar, se optó por poner mascarillas de oxígeno bajo los asientos. Las ventanas se cerrarán herméticamente para evitar que cualquier vándalo lance objetos al exterior, sobre todo a su paso por la Reserva Natural de Hoh Xil, hogar del antílope tibetano.
La idea de llevar el tren a la aislada región del Tíbet, soñada por el propio Mao Zedong y proyectada durante décadas por el régimen comunista chino, se concretó en marzo de 2001, cuando el Gobierno aprobó, dentro del X Plan Quinquenal, construir 1.118 kilómetros de vía entre Golmud, ciudad de la provincia de Qinghai, y Lhasa. Las obras comenzaron en junio de ese mismo año y terminaron en octubre de 2005, por lo que se va a inaugurar un año antes de lo previsto (el régimen comunista, en un audaz truco de mercadotecnia, siempre hace previsiones pesimistas para luego poder superarlas). Aunque ha llevado menos tiempo, también ha costado más dinero: el presupuesto de la obra se tuvo que aumentar en un 25% y finalmente ha sido de 3.700 millones de dólares (unos 3.000 millones de euros).
Ni qué decir tiene que la construcción ha sido compleja: las condiciones meteorológicas y el mal de altura hicieron mella en los obreros. Para paliar este problema, los constructores ordenaron horarios reducidos, largas vacaciones -en un país donde se trabaja a destajo- y puestos de atención médica cada diez kilómetros de vía. Los problemas no acabaron ahí: un terremoto de ocho en la escala de Richter dañó a las vías en el invierno de 2001 aunque, según los responsables del proyecto, está hecho "a prueba de terremotos". Más le vale, porque continuos terremotos sacuden el Himalaya, en el punto de fricción entre la placa geológica de India y la Euroasiática. El pero lo ponen los ecologistas, que temen el impacto del tren en los hielos perpetuos o en animales en peligro de extinción. El Gobierno chino ya ha avanzado que para paliar el daño ecológico invertirá 187,5 millones de dólares.
Un aumento de la colonización
Por su parte, activistas de Free Tibet Campaign manifestan el temor de los tibetanos a que "el Gobierno chino use la línea para aumentar su colonización, trasladando un mayor número de colonos chinos y personal militar y llevándose los grandes recursos naturales". Hasta ahora, Tíbet vivía alejada de Pekín. Las primeras carreteras chinas llegaron en 1954 y el primer aeropuerto, militar, se construyó en 1956, el mismo año en el que se aprobó el plan para llevar un tren a Lhasa. Grupos tibetanos en Londres, Ottawa, Nueva York y París han convocado protestas y en Dharamsala (norte de India), donde vive exiliado el Dalai Lama, los tibetanos cerrarán sus tiendas y portarán brazaletes negros. Para frenar estos recelos, China subraya que será bueno para su economía, ya que se prevé que incremente el número de turistas en 3.000 ó 4.000 personas diarias.
Al margen de toda polémica, se mantiene la incógnita sobre quién inaugurará el tren, si el presidente, Hu Jintao, o en su defecto, el primer ministro chino, Wen Jiabao. Lo único cierto es que se abre un reto para los amantes de los viajes en tren -en mandarín huoche (carro de fuego)-. No es tan largo como el Transiberiano, ni tan lujoso como el Orient Express, ni tan rápido como el Shinkansen nipón, pero en el tren celestial el viajero cruzará la cuenca del río Amarillo, el Xian de los Guerreros de Terracota, el nacimiento de los ríos Yangtsé y Mekong... así como la mejor visión de las nubes. ¿Quien se atreve a recorrer el Transiberiano, hacer transbordo en Siberia para tomar el Transmongoliano hasta Pekín y de ahí coger el Camino al Cielo con destino a Lhasa?
El tren, en cifras
- Es la línea más alta del mundo: el paso Tanggula está a 5.072 metros sobre el nivel del mar. Casi la mitad del recorrido, 960 km, transcurre por alturas superiores a los 4.000 metros y 550 km atraviesan hielos perpetuos.
- Su velocidad media es de 120 km/h, salvo en los hielos perpetuos, en que desciende a 100.
- En las obras participaron 30.000 obreros, 6.000 de ellos de la etnia tibetana. Cobraron una media de 1.000 dólares anuales (787 euros), un poco menos que la renta per cápita china pero dos o tres veces más que los ingresos de un campesino del Tíbet.
- La línea tiene siete túneles, entre ellos el más alto (a 4.264 metros) y 33 pasajes bajo la vía para permitir el paso a los antílopes tibetanos en sus migraciones de todos los veranos. Pasa por 45 estaciones, 38 de ellas apeaderos, entre ellas la más alta del mundo, también en Tanggula.
- El tren tiene 16 vagones, fabricados por la empresa chino-canadiense Bombardier Sifang, que tienen capacidad para 98 pasajeros cada uno.
- El billete de ida cuesta 48 dólares en la clase más barata (asiento duro), casi seis veces menos que en avión. La clase media (cama dura) cuesta 101 y la más cara (cama blanda) 157.
2 comentarios:
Bueno
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